En la columna “Colegios Condenados a la Decadencia” (Correo 30/10/2009) comenté cómo el maltrato de los promotores y directores de colegios a los profesores, en especial a los que querían despedir, se convertía en una señal de alerta a los buenos profesores. Estos asumían dos cosas: “lo que le hacen a mi colega refleja la disposición de los directivos hacia cualquiera que sea profesor” y también, “lo que hoy le hacen a mi colega mañana me lo harán a mí”. Así que, a buscar otro trabajo.
Claro que son pocos los profesores que se pueden ir de inmediato. La mayoría va moviendo sus fichas y colocando su currículo esperando una mejor opción. En cuanto llega, se van aunque les ofrezcan el oro y el moro por quedarse. Los directivos parecerán perplejos preguntando ¿porqué se van?. Pocos entenderán que la renuncia de hoy no nació ayer, sino tiempo atrás, cuando se instaló el maltrato.
En mi rol de consultor de colegios he visto repetirse este esquema una y otra vez, y no deja de sorprenderme como algo tan elemental no es entendido y asimilado por quienes dirigen entidades educativas. Cada día recibo en mi página web currículos de profesores que quieren salir de sus colegios (inclusive reputados y con buenos sueldos), ofreciéndose para colocarse en otras instituciones. Lo curioso es que, contrariamente a lo que se podría pensar, a la par de los profesores de perfil bajo hay muchos muy destacados. Quizá precisamente porque ellos son los más sensibles al buen clima institucional y a la importancia de la coherencia entre el buen trato a los profesores y el buen trato a los alumnos. Uno no puede existir sin el otro, porque un profesor no puede actuar con sus alumnos como si estuviera en una isla descontextualizada del colegio.
De modo que los colegios que están pasando por este trance harían bien en hacer una profunda introspección y autocrítica y dejar de pensar que echar la culpa a terceros o matar la memoria de los colegas que ya se han ido resolverá sus culpas y problemas por mal manejo institucional.
Claro que son pocos los profesores que se pueden ir de inmediato. La mayoría va moviendo sus fichas y colocando su currículo esperando una mejor opción. En cuanto llega, se van aunque les ofrezcan el oro y el moro por quedarse. Los directivos parecerán perplejos preguntando ¿porqué se van?. Pocos entenderán que la renuncia de hoy no nació ayer, sino tiempo atrás, cuando se instaló el maltrato.
En mi rol de consultor de colegios he visto repetirse este esquema una y otra vez, y no deja de sorprenderme como algo tan elemental no es entendido y asimilado por quienes dirigen entidades educativas. Cada día recibo en mi página web currículos de profesores que quieren salir de sus colegios (inclusive reputados y con buenos sueldos), ofreciéndose para colocarse en otras instituciones. Lo curioso es que, contrariamente a lo que se podría pensar, a la par de los profesores de perfil bajo hay muchos muy destacados. Quizá precisamente porque ellos son los más sensibles al buen clima institucional y a la importancia de la coherencia entre el buen trato a los profesores y el buen trato a los alumnos. Uno no puede existir sin el otro, porque un profesor no puede actuar con sus alumnos como si estuviera en una isla descontextualizada del colegio.
De modo que los colegios que están pasando por este trance harían bien en hacer una profunda introspección y autocrítica y dejar de pensar que echar la culpa a terceros o matar la memoria de los colegas que ya se han ido resolverá sus culpas y problemas por mal manejo institucional.
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