La PUCP, pasado y presente.
Luis Jaime Cisneros
Luis Jaime Cisneros
La Universidad Católica, en ceremonia especial, me ha conferido el título de Profesor Emérito. Tengo con esta Casa una relación de sesenta largos años de docencia, y lo de ‘emérito’, de acuerdo con la etimología, pone de relieve esa antigüedad.
Claro es que puedo confesar que en estas décadas he aprendido mucho, al extremo que ‘eméritos’ resultarían también los colegas y los estudiantes con quienes he compartido extraordinario trajín. Puedo dar fe, por lo pronto, de cómo ha ido la institución perfeccionando métodos y programas, hasta alcanzar el alto grado de rendimiento que hoy se le reconoce. Yo regresaba al país luego de haber recibido una formación muy europea, terminada la segunda guerra, y tuve que ir modelando mi actuar ante una idea de la tradición distinta de la que había incorporado a mi experiencia universitaria.
A veces, los universitarios manejamos exageradamente el tema tradicional. Hay que aprender a cuidarse de la tradición. Hay que cuidarse de ella, que puede ser –mal entendida– el primer síntoma de la esclerosis. La tradición es una línea de trabajo que mira a lo porvenir. Es un movimiento en plena actividad, y en pleno desarrollo. No es
una estagnación en el espacio. Es un tiempo vertiginoso que está durando ahora y nos envuelve y que, como continúa trascendiendo, seguirá su marcha empujado por nosotros mismos. No es una alegoría que nos haga contemplativos. Es un celo que nos atrae y nos tienta. Un huracán que arrasa. No hay modo de cambiarle la dirección.
una estagnación en el espacio. Es un tiempo vertiginoso que está durando ahora y nos envuelve y que, como continúa trascendiendo, seguirá su marcha empujado por nosotros mismos. No es una alegoría que nos haga contemplativos. Es un celo que nos atrae y nos tienta. Un huracán que arrasa. No hay modo de cambiarle la dirección.
Esos años eran difíciles, y la Católica estaba tratando de asegurar su fisonomía. La tarea universitaria no consistía en encerrarse en la torre de marfil, como querían los liberales, y allá el mundo que ruede, y nada de lo que ocurra más allá de mis fronteras me interesa.
Ni la tarea universitaria era el pretexto circunstancial que nos permitiría fungir de políticos y consumar la revolución, y al diablo con la enseñanza y la investigación: ya pasó también, felizmente, la concepción materialista que proponía esa insana utopía.
Era claro que veníamos a la universidad a trabajar para una tarea concreta, bien concreta, en este país, con esta generación, y en esta hora del mundo. Veníamos conscientes de nuestra responsabilidad, que alcanza solidariamente aún a quienes nos combaten y a quienes nos incomprenden.
Porque vale la pena ser universitario, ya que nos permite comprender al hombre. Sí, la Católica fue abriéndose lentamente al siglo XX, y la aparición de las Ciencias Sociales robusteció esa certidumbre. Se fue adquiriendo conciencia del trabajo académico y desde el Instituto Riva Agüero (donde habíamos creado los Seminarios de Filosofía, Historia y Filología) profesores y estudiantes aprendimos a distinguir lo profundo de lo superficial. Ya había certeza de que el campo de las Humanidades no era tan independiente y tan claro como nos habían hecho creer, y comenzamos a prepararnos para no sentir que las ciencias estaban tan alejadas (como creíamos) de las letras. Fue la hora en que Felipe Mac Gregor abrió camino al rigor de la inteligencia y postuló la idea de una universidad moderna, abierta al trabajo científico, que hiciera de
la investigación el arma predilecta de la institución. Por entonces comprobábamos que muchos de los temas filosóficos y los lingüísticos, nacidos en el seno de la Católica, comenzaban a incorporarse a los programas y métodos de otras instituciones. En ese sentido, la PUCP, fue la voz inaugural que abrió la trocha a muchos campos de la
psicología y la lingüística.
He tratado de recordar, en estos días, los días de gloria y los días de pena vividos en la universidad.
la investigación el arma predilecta de la institución. Por entonces comprobábamos que muchos de los temas filosóficos y los lingüísticos, nacidos en el seno de la Católica, comenzaban a incorporarse a los programas y métodos de otras instituciones. En ese sentido, la PUCP, fue la voz inaugural que abrió la trocha a muchos campos de la
psicología y la lingüística.
He tratado de recordar, en estos días, los días de gloria y los días de pena vividos en la universidad.
Y comprendo claramente que si los colegas no hubieran hecho lo suyo, y
los estudiantes lo que les estaba destinado, la casa habría estado realmente vacía durante mis sesenta largos años. Pero ahora que aparentemente la dejo, reconozco que es precisamente la casa que quisieron conservar y defender el padre Dintilhac y Riva Agüero. Para defenderla y recrearla trabajamos profesores y estudiantes. Y, en rigor,
esto de la jubilación es un ‘modo de decir’ puramente de sabor administrativo.
los estudiantes lo que les estaba destinado, la casa habría estado realmente vacía durante mis sesenta largos años. Pero ahora que aparentemente la dejo, reconozco que es precisamente la casa que quisieron conservar y defender el padre Dintilhac y Riva Agüero. Para defenderla y recrearla trabajamos profesores y estudiantes. Y, en rigor,
esto de la jubilación es un ‘modo de decir’ puramente de sabor administrativo.
"Puedo anunciar, en alta voz, que no me voy de la Católica. En todas las esquinas estoy, y desde ahí agito mis banderas. Y en estos difíciles momentos, paso lista de presente para asumir por entero la defensa de su tarea".
Fuente PUCP.
http://menoscanas.blogspot.com/2011/01/ojala-me-haya-escuchado-maestro.html
http://heduardo.blogspot.com/2011/01/querido-maestro.html
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