domingo, 17 de febrero de 2008

ARTÍCULO DE URGENTE LECTURA Y REFLEXIÓN


El tema del tercio superior ha generado muchas discusiones durante la semana. Me permito sugerir la siguiente lectura, publicada hoy domingo en La República: “La cirugía del tercio superior” escrita por Luis Jaime Cisneros. Tiene puntos claves para nosotros los maestros; les sugiero que anoten lo que expone este excelente intelectual en relación a ¿cómo se comprueba la calidad magisterial? Sugiere una campaña de reflexión con los alumnos, una convocatoria a los maestros de aula para escuchar su opinión y, aquí viene un punto importante, la participación de los padres de familia en la educación. El punto de vista expuesto en el texto está alejado de lo que propone el Ministerio, pero es lo que planteamos algunos maestros de aula.
Disfrútenlo.


Aula Precaria. La cirugía del tercio superior
Luis Jaime Cisneros

No es posible admitir en silencio que, en determinadas regiones, autoridades y maestros se oponen a las disposiciones recientes que establecen que solamente serán contratados los maestros respaldados por haber alcanzado el tercio superior. Que se oponga el SUTEP era de esperar, pero probado está que no cabe discutir con ese sindicato cuestiones pedagógicas. Hay que ayudar a razonar que reconocemos la urgencia de asegurar calidad a la educación, necesitamos garantizar enseñanza de alto nivel. Ese grado de enseñanza solamente pueden impartirlo maestros de calidad. La calidad magisterial se mide por los grados de saber del maestro, y éstos se comprueban y verifican periódicamente mediante pruebas de selección. Quienes, como resultado de las pruebas, alcanzan el tercio superior serán contratados.
¿Cómo se comprueba esa calidad magisterial? A través del rendimiento de los estudiantes. En un curso de 30 estudiantes podemos esperar que ocho de ellos no estén en condiciones de aprobar el curso. Si se supera ese porcentaje, hay que poner a prueba al profesor. Si se alcanza un 50% de aplazados, hay que reconocer que el sistema está fallando. Es lo que hemos comprado, en exhibición internacional, los peruanos. Nuestra educación está sufriendo una crisis de calidad, y es hora de iniciar una revolución en que estemos empeñados los ciudadanos todos. Para eso el Ministerio ha empezado a tomar algunas medidas (dolorosas algunas, pero urgentes y necesarias). Y el revoloteo ha comenzado a surgir en toda esquina. Protestan algunos grupos docentes, protestan los padres de familia. No protestan (y es sintomático) los estudiantes. Y no leo opiniones de empresarios, técnicos, agricultores. ¡Como si a todos no interesase el tema, y como si no fuera también nuestra responsabilidad como ciudadanos que la educación se vaya al diablo!
Creo que debe iniciarse una campaña de reflexión. Reflexionar con los estudiantes. Convoquémoslos para escuchar qué dicen sobre la educación recibida. Averiguar si se sienten conformes con lo aprendido, y si todo lo aprendido satisface las aspiraciones con que iniciaron su Secundaria. No le pedimos al alumno opinión sobre el maestro sino sobre la enseñanza recibida: temas, lecturas, explicaciones, constituyen su bagaje escolar.
Convoquemos también a los maestros, para escuchar su opinión sobre los cursos dictados; su impresión de la enseñanza impartida, sus observaciones derivadas de su experiencia magisterial. Y aquí discreparé seguramente con mucha gente, que se extrañará de que no aluda a los padres de familia. Los padres de familia deben ser invitados para tratar temas específicos: a la escuela le interesa tratar con ellos lo relacionado con la alimentación y la salud, porque para rendir eficazmente en el trabajo escolar el niño debe tener buena alimentación y buena salud. Los padres son responsables de eso. Debe la escuela conversar con los padres sobre asuntos relacionados con la moral, vinculados con la vida escolar. Ningún tema pedagógico corresponde discutir con los padres de familia: ni programas de estudio, ni nombramientos de profesores. Estos son temas que corresponden a especialistas.
Debemos ser conscientes de que la reforma que necesita nuestro sistema educativo es radical: de raíz hay que eliminar los errores y los defectos. No podemos buscar paliativos sino erradicación. Debemos decirlo sin ambages: la curación es quirúrgica.
Aclarado esto, comprendamos en seguida que necesitamos transformar nuestro sistema educativo. Ya no interesa discutir y enumerar las desventajas que nos acarrea. Debemos reconocer: el actual sistema no está previsto para los alumnos de éste y de los otros años que comprenden el siglo XXI. Necesitamos poner remedio, porque de educadores es la responsabilidad de las nuevas generaciones. Y el destino de esas generaciones implica la salud intelectual y moral de la República. La primera institución que hay que salvar del escándalo es la escuela. Admitamos que si el sistema educativo está enfermo refleja nuestro general desinterés. Hemos creído que el tema educativo era responsabilidad del Estado. En realidad, el Estado preside un gran consenso nacional, pero la responsabilidad es de todos. La escuela tiene ciertamente estudiantes que educar, y tiene maestros para cumplir esa función. El maestro tiene dos clases de obligaciones: una frente al estudiante, que es enseñarle; otra, frente al país, que le exige trabajo y perfeccionamiento. Ese trabajo comporta un seminario constante, que está mirando hacia el progreso y hacia una educación que asegure un mínimo de equidad social, para robustecer la democracia. Una educación en democracia es el objetivo de la escuela de este siglo. En esta tarea no cabe el error ni cabe el olvido. Triunfar económicamente, retrasados en educación, no es una manera provechosa y digna de triunfar. El triunfo solamente de los grupos elitistas no es el triunfo de la educación, no es el de la igualdad, no es el que merece nuestra condición humana.

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