jueves, 18 de setiembre de 2008

AULA PRECARIA. LA LECCIÓN DE CONSTANTINO I



Luis Jaime Cisneros
12/09/2008
Cómo cuesta olvidar la presencia de los hermanos Carvallo en la Católica. Cómo no recordar a Carmen, jefa de prácticas en mi curso de Lengua: ágil, imaginativa, de sonrisa franca y de inteligencia viva. Cómo no tener presente la fogosidad con que Fernando exponía sus ideas, y el ardor con que criticaba las ajenas. Y qué triste tener que apretar ahora los labios para convencerme de que la conversación (siempre provechosa) con Constantino se nos ha quebrado para siempre.
Pausado para exponer, con esa calma auspiciosa con que se aprestaba a escuchar, Constantino fue aprovechando múltiples ocasiones para aclarar sus ideas, perfeccionar el estilo, reiterar su paciencia y enriquecer, así, su eros paedagogicus. Cuánto debo agradecerlo por lo que me ofreció cuando estudiante y, sobre todo, por cuanto me enseñó como maestro encendido de pasión y de coraje. Todavía me cuesta considerarlo ausente, porque realmente sé que mientras frecuentemos sus textos y sus Reyes Rojos, sabremos continuar el diálogo que inició con quienes fuimos sus amigos. Y para reiniciar la conversación, reviso su 'Diario educar', que recogió en el 2005 su mensaje pedagógico.En la portada, Carvallo se califica como un 'maestro desarmado'. El libro nos ofrece el trabajo de todos los días: las fechas, que no buscan registrar días precisos sino el correr del tiempo, van reiterando el trabajo singular. Educar es la actividad a la que está consagrado Constantino. No se trata de una bitácora donde consten listas de éxitos sino de un diario que registra el descubrimiento cotidiano de que educar es una actividad en que el amor por los demás se pone a prueba: un día es con los estudiantes; otro día, con los colegas; otro día, con los padres de familia, y todos los días con uno mismo, creándose preguntas y buscando respuestas sobre este maravilloso quehacer.
De abril a diciembre de un año cualquiera, la primera pregunta, la inquietud sustancial del maestro es preguntarse para qué educamos. Constantino arriesga una respuesta, porque tiene una clara idea de las tareas que deben cumplir las escuelas.Leámoslo: "Se trata de formar hombres virtuosos, capaces de buscar la felicidad en la vida buena, y en la vida pública, la justicia. La escuela es uno de los pocos espacios de socialización del hombre, educa al buen ciudadano. Si hablamos de la escuela, estamos, pues en el plano de la moral" (163).La preocupación por la moral es exigencia primera de un maestro. La propone y la busca Constantino en cada propuesta, en cada tarea. Su preocupación por la moral es condición indispensable para salvar al espíritu y garantizarle buen trabajo a la inteligencia creadora.Esta necesidad de lo ético ciertamente explica la urgencia con que Constantino debe enfatizar la relación entre el alma y el cuerpo. En las palabras con que se asocia al duelo por la muerte de Patricia Cruzalegui, su compañera de estudios, descubrimos su honda preocupación por todo lo vinculado con la filosofía. Y la poderosa influencia en que nos vemos envueltos al recordar nuestra infancia.Una de las tribulaciones que asedian al maestro se relaciona con la difícil tarea de evaluar al alumno. Padres y estudiantes muestran gran interés y grave preocupación por las calificaciones. Tener buena nota es aspiración de todo estudiante. No alcanzar buena nota desanima, crea malestar. Constantino ha sido testigo (el libro ofrece reiterados testimonios) de los dramas a que se ve convocado el alumno que no alcanza buena nota. Qué difícil es para el maestro actuar con justicia, sobre todo a la hora de corregir y evaluar los trabajos del alumno. Está en juego ese creer a pie juntillas que todos los hombres son iguales. Craso error, Constantino no elude la sentencia: "La verdad es distinta y más compleja. Lo que se encuentra el maestro es la diversidad, y no está preparado para ella" (195). Y es que los alumnos tienen distintas oportunidades, y el maestro no lo reconoce y les exige lo mismo en el mismo tiempo. No lo suele comprender y no lo suele tolerar.Por eso le importa a Constantino convencernos de que la intolerancia implica una doble moral, y no puede ser arma de un maestro. No podemos esperar que los muchachos no muestren su gana y su necesidad de manifestarse: "Nuestros chicos tiene que vivir su vida, construirla y conducirla. Y mientras no ofrezcamos como sociedad una cultura viva, con espacios para el goce y el juego, mientras no hayamos levantado un mundo diferente, ellos habrán de buscar su propio mundo en el interior de este que vivimos" (187).Hay que dejar que vayan creando y modificando su personalidad, antes de imponerles un modelo previsto por nosotros. Constantino lo reprueba y califica como grave actitud, y reconoce que "nos falta mucha madurez, mucha tolerancia, fe en el futuro".Publicado en La República - 07/09/08 - http://www.larepublica.com.pe/component/option,com_contentant/task,view/id,242365/Itemid,0/

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